¿Es «Los años de peregrinación del chico sin color» de los pocos libros juveniles de calidad?

Si uno coge la bibliografía de Haruki Murakami y ordena cronológicamente sus obras, se puede dar cuenta al momento de que sigue un patrón muy evidente (porque él ama los patrones y la rutina): suda y trabaja en un libro trascendental, en una novela redonda y después, escribe algo facilito, como un «descanso» después de haber sido exprimido. ¿Será ese su secreto? El intercalar. 

No lo sé, pero tras escribir El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas en 1985, hizo Tokyo Blues (Norwegian Wood) en 1987. En 1988 Baila, baila, baila y en el 92 Al sur de la frontera, al oeste del sol. Sputnik, mi amor, de 1999, salió cuatro años después de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.

Entonces, escribe Kafka en la orilla, un libro que aspira al Nobel (y todos creíamos que se lo iba a llevar, igual que pensamos en Mishima que ya había hecho hasta una fiesta) y After Dark, no comparable con el anterior, pero tampoco digno de añadirlo a la lista de sus obras sencillas y luego, se atreve con la trilogía de 1Q84. ¿Qué pasa? ¿Murakami estaba en una racha? 

Pues no lo sé, pero después de llevarse tan al límite (bien es cierto que es su especialidad, tanto mental como físicamente), apareció Los años de peregrinación del chico sin color, su segundo libro más reciente tras la escritura de La muerte del comendador, y uno, solo con ver la sinopsis y la longitud, ya empieza a sospechar que nos encontramos aquí ante otra obra de como yo llamo: «salseo que mueve el mundo». ¿Nos equivocamos? Sí y no.

peregrinacion

Lo primero que hay que pensar es que ni la longitud es señal de nada, pues con After Dark nos ha demostrado muy bien que puede hacer algo por encima de la media con pocas páginas; ni la sinopsis, porque aquí nos encontramos a Tsukuru Tazaki y toda la reflexión sobre sus años de adolescencia que lleva a cabo con el único fin de averiguar porque sus amigos de siempre le dejaron de hablar sin motivo aparente, algo que le lleva persiguiendo durante mucho, mucho tiempo.

La mujer que ama le dice que no estará con él hasta que no disipe esos demonios. Que investigue, que busque la verdad. Es una historia de Murakami 100%. Pulida, con elementos muy conocidos, como el papel que toma la presencia femenina y la búsqueda de algo que parece más irreal que plausible. Rescata leves tintes de lo que ya ha hecho, pero le da uno mucho más mundano, apto para todo tipo de lectores: los que le acaban de conocer, los que odian su vaporosidad y a los que le gusta su estilo. Porque se encuentra en el punto justo.

Hay cabos sin atar, como siempre. Hay muchos puntos que no se cierran porque de eso trata el realismo; hay misterios que empujan al lector a pensar que son algo importante pero el escritor nunca aclara porque no es lo relevante pero a la vez, hay una historia lineal que se puede seguir muy bien sin perdernos, con una trama bastante sólida, cosa que no siempre sucede en sus libros y un conflicto más concreto y dibujado, ¿es casualidad por tanto, que la portada aluda a una caja de lápices de colores y que el protagonista no esté relacionado con ninguno más que con el blanco, uno de los dos no-colores? Como siempre, todo se envuelve en un aura estética sin una sola costura fuera.

Pero si bien he dicho que la historia es lineal, la narración no lo es. Sigue la fórmula de Tokyo Blues (Norwegian Wood): desde el presente se nos narra el pasado, para volver de nuevo al presente y terminar. Una fórmula muy posmoderna que a día de hoy, nos gusta pero ya estamos acostumbrados a ver. Hace unas cuántas décadas, como el año en el que se publicó Tokyo Blues, habría sido una elección fresca digna de mención.

Esto no implica que ahora no demuestre cierta habilidad. Trocear la historia para conseguir una narración que no sea lineal tiene mucho mérito y además, no lo ha complicado demasiado, dejándolo en una sola trama, con sus subtramas pero nada más. Puede uno dejarlo ahí, pero también ir más allá. Al no ser contado con inmediatez, ser una reflexión y un recuerdo, deja cierta puerta abierta hacia lo que él le gusta: el tema onírico, la ensoñación.

¿Cuántos de esos recuerdos son verdad absoluta? ¿Cuántos aproximada? ¿Nos podemos fiar de lo que pensó? ¿Alguien miente o no se acuerda con claridad? Intenta quedarse en la sencillez pero no puede evitar por impulso colar alguna pincelada. Esto también le pasó en Sputnik, mi amor, con la escena del dopplegänger, porque ya sabemos que Murakami ama las sombras. 

Para mí es un libro juvenil. Es un libro revelador para alguien que está en la segunda década de su vida y un poco más. Pero libros así son los que me gustaría encontrar en la sección juvenil y no un hamburguesa literaria con la fórmula mágica del chico malo conoce a chica buena en el instituto. Está claro que los asiáticos para muchas cosas están a años luz de nosotros.

Son libros que no dejan ninguna enseñanza moral, como tratan de hacer ahora con esta oleada de decirle no al bullying o ser gay-friendly. ¿Cuándo pedí en mi librería un decálogo de la moralidad humana? Aparentemente sabe la industria lo que necesitamos mejor que nosotros. Por suerte, Murakami no es tan ególatra, una de sus grandes virtudes, y lo que nos deja en Los años de peregrinación del chico sin color son reflexiones sobre las relaciones humanas en una etapa que es tan decisiva para todos: su especialidad.

 

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