Dosis de descafeinado en «Presas»

La lucha por garantizar la libertad individual es un tema infinito que se presta a reinventarse en todos lo géneros y todos los contextos. Una situación universal y exportable con la que cualquiera puede como mínimo, empatizar. Desde las concepciones más abstractas, hasta lo que encontramos en esta historia, el lector tiene muy fácil el implicarse con los personajes a los que por distintas circunstancias de la vida, están encerrados por error. O si no es por error, de forma injusta. Si además, se le añade una experiencia personal de la que echar mano, Presas, de Beatriz Esteban, puede convertirse en el tipo de proyecto con un claro futuro brillante.

La media española de encarcelación femenina se encuentra en el 7,4% de la población reclusa. Los dos relatos más repetidos en dicho porcentaje se encuentran en las drogas y una vida marcada por los abusos, los dos ejes principales que rodean el motivo por el que Azahara está encerrada en el módulo de madres, con la cuenta atrás de que le arrebaten a su hija a los tres años para caer en manos de un padre manipulador, maltratador, alcohólico e irresponsable en todas las dimensiones posibles. Por su parte, Leire ha tomado una decisión con la que piensa seguir hacia delante a pesar de que su familia no esté de acuerdo: ir de voluntaria con su grupo religioso en la cárcel donde se encuentran Azahara y sus compañeras.

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